domingo, 18 de octubre de 2009

En el cielo, las estrellas...

Día de la Madre. Reunión familiar de los domingos, con besos, regalos y alegría. Hijos y nietos halagan a las madres y no les permiten hacer ningún trabajo. ¡Hoy son las reinas del hogar!

Al atardecer todos vuelven a sus casas. Lejos ya las horas del bullicio y de los juguetes esparcidos por el piso, los nonos se quedan tomando el té en el living mientras miran un álbum de fotos.

En él, dos fotografías se destacan: son imágenes de las madres de los nonos. Junto a ellas, una hoja amarillenta reproduce un texto bellísimo. Está copiado a mano por el nono cuando iba a la escuela primaria, en elegante cursiva dibujada con plumín y tinta china.

El nono lee en voz alta:

Retrato de mi madre

Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados.

Una mujer que siendo joven tiene la reflexión de una anciana y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud.

Una mujer que si es ignorante descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio y si es instruida se acomoda a la simplicidad de los niños.

Una mujer que siendo pobre se satisface con la felicidad de los que ama y siendo rica daría con gusto su tesoro por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud.

Una mujer que siendo vigorosa se estremece con el vagido de un niño y siendo débil se reviste a veces con la bravura del león.

Una mujer que mientras vive no sabemos estimar porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero después de muerta daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla de nuevo un solo instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus labios.

De esa mujer no me exijáis el nombre si no queréis que empape con lágrimas vuestro álbum porque ya la vi pasar en mi camino.

Cuando crezcan vuestros hijos leedles esta página y ellos, cubriendo de besos vuestra frente, os dirán que un humilde viajero, en pago del suntuoso hospedaje recibido, ha dejado aquí para vosotros y para ellos un boceto del retrato de su Madre.

Monseñor Ramón Ángel Jara Ruz
(Chileno; 1852-1917)

-Pensar que cuando lo copié no podía comprenderlo como ahora –dice el nono.

-Es cierto –responde la nona. Cuando uno es chico no piensa en ciertas cosas… Pero no te entristezcas. Es mejor agradecerles la vida que nos dieron, recordar el amor que nos prodigaron; los consejos y cuidados que nos brindaron.

-¿Sabés? Aún resuenan en mis oídos las palabras que mi madre me dijo unos meses antes de su partida: “Pase lo que pase, nunca olvides que te amé desde el primer momento en que te anunciaste a la vida…” Esa fue mi fortaleza en los momentos difíciles.

-¡Claro, el amor de una madre nunca nos deja! ¿No has observado el cielo de noche? Tengo una idea alocada… Creo que en cada estrella hay una madre que desde lo alto sigue cuidando a sus hijos, con la misma devoción que tuvo por ellos en esta vida.

- Quizás no sea una idea tan alocada. ¿Quién puede negártelo con fundamento?

La noche se asoma por el ventanal. Los nonos se toman de las manos y miran el cielo, en silencio. En lo alto, dos estrellitas muy brillantes titilan.

-¿Serán ellas? –pregunta el abuelo.

-¿Y vos qué creés?

Entonces, esbozando una sonrisa cómplice, el nono responde: “¡Yo creo que es cierto!”



¡Ahora, para todas las mamás del mundo, un regalito especial en su día !