sábado, 2 de mayo de 2009

El cuento de la nona

Se acerca el fin de semana y la nona encontró en su biblioteca un cuento para leerle a su nieto.
A él le agradan los cuentos, y si son de fútbol, mejor. La hermanita puso cara de disgusto, dice que esos no son cuentos para nenas. Pero la nona sabe que aunque no lo demuestre, también le gusta un poquito el fútbol, sobre todo cuando el equipo favorito de la familia gana...
¿Vamos a leer el cuento que encontró la nona? ¡Dale! ¡Seguro que te va a gustar!

Señora, ¿me da la pelota?
Pablo era un buen chico. Pero la vecina no opinaba lo mismo. Claro que había mucha diferencia de edad: Pablo tenía 10 años y la vecina 50.
A Pablo le gustaba jugar a la pelota. A la vecina, no. Cuando volvía del colegio, después de hacer los deberes, el chico subía a la terraza de su casa y se ponía a patear contra la pared. De esa manera la pared se convertía en Maradona, Kempes, Bochini, etc. A veces, el murito no atajaba, o sacaba el córner, o rechazaba a la bartola y la pelota caía en la casa de la vecina. Y la vecina gritaba como Lorenzo o como Labruna cuando van perdiendo (también fumaba como Menotti). Entonces agarraba la pelota (peso y medida reglamentarios), se la llevaba a su cuarto y cuando Pablo bajaba para pedírsela sacaba tarjeta roja de toda su rabia y lo expulsaba de su casa.
- Señora, ¿me da la pelota? -decía Pablo cada vez que se le caía.
- Ya te dije que soy señorita -decía la vecina- y no te doy nada. Me rompiste una planta con tu pelota, me golpeaste en la cabeza, me ensuciaste la pared. ¡No te doy nada!
Normalmente pasaban una, dos y hasta tres semanas antes de que la vecina decidiera devolvérsela. Porque a decir verdad, al final se la devolvía. Aunque con tantas maldiciones y gritos que todo era un martirio. Además Pablo debía escuchar los reproches de sus padres, pues más de quinientas veces le habían dicho que no tirara la pelota a lo de la vecina.
Pero el fútbol es así: una pasión irrefrenable.
Un día -otro día- la pared rechazó violentamente y la pelota fue a parar a las tribunas, es decir, a la casa de la vecina. Justo cuando ésta se había sentado en el jardín a tomar el té. La pelota cayó sobre el pasto, como siempre. Pero ella, como siempre, mintió: "Me rompiste una planta. Me golpeaste en la cabeza. No te la devuelvo más". Y escondió la pelota. "Chico mal educado -pensaba-, chico sinvergüenza, chico de porquería."
Esa noche la vecina no podía dormir. Había quedado muy enojada con Pablo y no lograba conciliar el sueño. "No se la devuelvo màs", decía. La pelota estaba allí, sobre el piso. "Maldito fútbol", decía la vecina.
De pronto, la pelota dio un saltito. Después unos piquecitos. Después hizo unas gambetas. Después se elevó de emboquillada. La vecina saltó de la cama.
-¡Gol! -gritó la pelota.
Y pasó por sobre la cabeza de la vecina.
-¡Gol! -volvió a gritar la pelota.
Y otra vez pasó por sobre la cabeza de la vecina.
-¡Te atajé! -gritó la vecina.
Y atrapó la pelota en el aire.
-¡Te juego! -dijo la pelota.
-¡Te juego! -dijo la vecina.
Y jugaron. La pelota corría, gambeteaba, saltaba. La vecina se estiraba, embolsaba y hasta pateaba. La vecina no jugaba bien. Pero la pelota se dejó ganar. Cuando la vecina se cansó, contenta de haber ganado, se quedó dormida. Esa noche soñó que iba a un partido de fútbol y que ella hacía de réferi.
A la mañana, calladita, dejó la pelota en casa de Pablo. Y cuando éste volvió de la escuela, aunque se sorprendió, no pensó mucho en el asunto y subió a la terraza a jugar contra la pared. Vio que la vecina lo espiaba desde el jardín. Al anochecer dejó de patear. Inmediatamente se oyó la voz de la vecina:
-Nene, ¿terminaste de jugar?
-Sí, ¿por qué?
-Entonces, ¿me prestás la pelota?
HORACIO CLEMENTE (argentino)
¿Les gustó? Ahora, ¡vayan a preguntarle al abuelo y a papá en qué equipos (y en qué puestos o cargos) se desempeñaron los deportistas nombrados en el cuento!

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